10 de set. 2009

cuentos en terapia

Hace unos años, cuando realizaba supervisión de los casos que estaba visitando, expuse el de una mujer que yo la percibía con muchos recursos, pero ella no lo veía así. Se negaba a sí misma a iniciar cosas porque antes de empezar decía “se que no voy a poder. Y yo le preguntaba --¿Lo has probado?-, contestando ella que en un pasado lo hizo pero no lo consiguió.” Mi supervisora me comentó que este caso le recordaba un cuento de Jorge Bucay del libro “Déjame que te cuente”.

Yo no había escuchado antes a este contador de cuentos. Me encantó
esta narración y me inicié en la lectura de este autor que resultó ser un psicoterapeuta. Tengo que agradecer a mi supervisora que me introdujera en el mundo de los cuentos y las metáforas como herramienta de terapia. Y también a Jorge Bucay por la cantidad de cuentos que me han ayudado en algunas sesiones. He descubierto que las metáforas y cuentos explicados en terapia pueden ayudar a entender de una forma más fácil y visual algunos conceptos que no lo son tantos.


Escribo el cuento que me recomendó mi supervisora para que le explicara a esta mujer.

Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante.
Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.


Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.

El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a alguna tía por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. — Hice entonces la pregunta obvia:


— Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:

El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.

Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía... Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree –pobre— que NO PUEDE. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.

Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...


Un saludo