23 de set. 2014

pedir ayuda es una elección

 

De todo lo que nos pasa se puede aprender algo, a veces cosas y experiencias pequeñas nos traen una gran lección. Yo no era conciente que una experiencia que tuve a nivel personal me sirviera tanto para hacer terapia y en la vida en general.


Una noche fría de invierno de hace un tiempo, estaba paseando con mi pareja por las Ramblas de Barcelona y vi a una mujer mayor sentada en el suelo de una oficina bancaria. Me la quedé mirando y observé que iba vestida con ropa que percibí rota , vieja y que parecía no abrigar mucho. Estaba encima de unos cartones y con un carro de un supermercado lleno de lo que yo supuse eran sus pocas pertenecías. Cuando vi esta escena, se me encogió en corazón, por lo que pensé en intentar “ayudarla” en su situación. Cogí varios euros de mi bolso me acerqué a ella y le dije “tenga señora unos euros para que se tome algo caliente”, ella dejó de mirar al vacío, me miró a la cara y me dijo de forma educada “¿te he pedido yo algo? , ¡No quiero nada, gracias!”.
Su respuesta me dejó sin palabras, en Shock. En ese momento me sentí avergonzada, ridícula, y ¡por qué no decirlo ¡, un tanto frustrada y molesta por el rechazo de mi “ayuda”, además de las risas que tuve que escuchar de mi acompañante.


Pero, después estuve pensando mucho en esto, y llegué a unas cuantas conclusiones;


Por un lado, pensar en la cantidad de veces que vamos por el mundo intentando ayudar, o llámale salvar a otras personas, esa necesidad de creernos que tenemos la solución a los problemas de los demás, de tener el consejo adecuado ¿Cuántas veces hemos dicho u oído, “tu lo que tienes que hacer es….” O cuando ves a un niño que intenta hacer alguna cosa y rápidamente te lanzas a “resolver su problema”. o cuando una persona que no puede ver, automáticamente en el semáforo le cogemos del brazo y le decimos “déjame que te ayudo a cruzar al otro lado”, o la experiencia que yo tuve“ pensar que por tener una ropa determinada, o estar en un lugar concreto significa que necesita comida, ayuda o llámalo como quieras”. Y como estos, muchos otros ejemplos podrían ampliar la lista de nuestras “buenas intenciones”. Incluso a veces después del rechazo de nuestra ayuda pensamos “mira qué es desagradecido, no ha querido que le ayudara!” . Puede ser que en ninguna de estas experiencias hayamos tenido en cuenta a la otra persona. Lo importante sería plantearnos ¿qué se está poniendo en juego, en realidad, cuando intentamos ayudar? ¿Sería ayudar al otro, o sentirnos bien con nosotros mismos, al considerar que hemos hecho una buen a obra? (ahí lanzo la pregunta)


Otro aspecto que se podría extraer de esta experiencia, es la reflexión de las posibles repercusiones de por qué a veces “ofrecemos” de forma gratuita nuestra ayuda , adelantándonos incluso a la solicitud. Esto podría llegar a tener dos consecuencias; una, que la otra persona pueda percibir que se le trata como si no tuviera la capacidad de pedir y otra que no tenga la oportunidad para aprender a hacerlo.


La otra idea que me surgió ante esta experiencia fue que no se puede ayudar a aquel que no quiere ser ayudado. Lo primero que tiene que pasar para que una persona pida ayuda es que perciba que la necesita o que le va a ser útil. No importa cómo de mal lo esté pasando, los problemas que tenga encima, que si no quiere ésta colaboración, el tiempo invertido para convencerle de que le iría bien una ayuda será perdido, y la frustración muy grande.



Desde entonces intento tener presente este aprendizaje, y ofrecer mi posible ayuda sólo cuando me la piden.


La verdad es que tengo que agradecer a esa mujer que aquella noche de invierno me regalara esa negativa.