3 de maig 2013

Nos hemos caido los dos.




Hoy como cada dia he realitzado con mi hijo el recorrido de casa hasta el colegio. Durante el recorrido han pasado dos experiencias iguales pero muy diferentes.


Caminabamos cogidos de la mano y en un momento dado se tropezó, su pequeño cuerpo se dirigió hacia el suelo, como la gravedad siempre nos ha enseñado que pasa. Yo en ese momento caminaba tranquilamente a su lado, al notar el tiroón de forma automática reaccioné y levanté el brazo para evitar la caída. Consiguiendo con éxito que no se hiciera daño.


Diez minutos despues volvió a pasar lo mismo, pero esta vez los dos nos hemos caído y comido el suelo. 

Lo que me ha hecho pensar es qué diferencias había entre la primera y la segunda experiencia.
En la primera yo caminaba lentamente, estaba tranquila, mi cuerpo caminaba equilibrado, en la segunda corríamos por que queríamos atrapar a su primo y el semáforo estaba ya en ámbar. Al correr mi cuerpo no tenía un movimiento equilibrado, había milésimas de segundo que mis pies ni tocaban el suelo y mi ritmo era más rápido que el suyo. Esto provoco que su cuerpo no aguantará mi velocidad y al tropezarse él yo no pude mantener el equilibrio y me he venido a bajó como él. Hemos acabado en mitad de la carretera con diferentes personas que nos han ayudado a levantarnos.

En la primera experiencia no lloró pero en la segunda sí y mucho (no había herida física), mi hipótesis es que le debió trastornar mucho que su madre perdiera el equilibrio y también se cayera. 

como metáfora me ha parecido muy apropiada para llevarlo a la vida en general; cuando nosotros estamos bien y equilibrados es más fácil poder acompañar y ayudar a nuestros hijos en su camino y quzá algunas caídas se las podría evitar. La otra idea que surge es que un niño tiene una velocidad para caminar, si intentas que vaya más rápido de lo que está preparado, es más  probable que pierda el equilibrio