Hay muchas cosas que me sorprenden y que me hacen reflexionar. Y vivir un embarazo no es una excepción. Vivirlo en primera persona me ha dado la oportunidad de aprender y vivir muchas cosas y ha habido muchos aspectos que me han llamado la atención, y no hablo de mis sensaciones corporales, emocionales y psicológicas (que han sido muchas) sino de cómo viven los demás estar ante la presencia de una persona que está en estado “embarazoso”.
Estamos en una sociedad en la que el contacto físico se limita a las personas más cercanas (y a veces ni esto). Sólo hay que fijarse cuando se entra en un ascensor, la gente tiende a ponerse lo más alejada posible de la otra persona con la que comparte habitáculo. No estoy descubriendo nada nuevo, ya que existen muchos estudios que han evaluado las diferentes distancias físicas que mantenemos ante la presencia de los otros, (llamado a este fenómeno como proxemia), que regulamos de forma automática para seguir manteniéndonos cómodos ante el otro. Va desde la distancia más intima que se definiría como aquella que se mantiene con las personas de más confianza, es una distancia que puede ser muy corta y con la posibilidad de contacto físico… (Podría ir de
Esto es algo aprendido de forma inconsciente, no verbal, nadie nos ha explicado explícitamente cómo funciona este juego de proximidades y contactos (que varía de una cultura a otra). Pero, algo tan interiorizado durante tanto tiempo, y dado por sentado no funciona cuando estás embarazada. Descubres que se abre la veda, tu barriga se convierte en un lugar público que se puede tocar sin, incluso, pedir permiso. Las primeras veces que esto sucede es una experiencia totalmente chocante y sorprendente (y pasa normalmente con familiares y conocidos íntimos). Este fenómeno se va ampliando y generalizando hasta el punto de que gente totalmente desconocida percibe un poder de atracción hacía esa barriga sobresalida. EL ejemplo más chocante me lo he encontrado en el gimnasio, en las duchas una mujer de mediana edad se acercó a mi ducha para acariciar mi vientre sonriendo, dijo un par de frases y se retiró como vino.
Al principio me molestaba que la gente no me pidiera permiso para tocarme la barriga, pero en vez de mal vivir la experiencia (que se iba repitiendo cada vez con más frecuencia) decidí reconvertirla en algo positivo, y percibirla como un momento en mi historia vital donde soy acariciada y tocada con cariño y ternura por la gente que me rodea, tanto conocidos como desconocidos.
Pero lanzo la pregunta, ¿qué hubiera pasado si me molestara enormemente ese contacto no solicitado?
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